jueves, 29 de diciembre de 2016

¿Te atreves a no juzgar?


     El 2017 ya está aquí y es momento de hacerse propósitos para el nuevo año ¡vuelven los clásicos! Metidos en harina me dejo llevar por la tradición y comienzo con una idea que quiero convertir en reto ¿te atreves con ello? Sólo hay que poner en práctica el título de esta entrada, a ver si somos capaces de juzgar menos en este nuevo año y de valorar mejor las capacidades de las personas. Y que no se quede en los primeros días, como lo del gimnasio y lo de fumar, que nos conocemos.

     En mi anterior entrada hablaba de las matrioskas, esas muñecas rusas que se dividen por la mitad y tienen otras más pequeñas en su interior. Invitaba con ello a reflexionar sobre la forma en que juzgamos a las personas por su apariencia exterior, teniendo en cuenta únicamente un tiempo mínimo de observación y poco conocimiento sobre su realidad, su carácter, sus experiencias vitales, sus valores, sus deseos, sus ilusiones, sus frustraciones, su proyecto.

     El reto consiste en tomarnos más tiempo para valorar, darnos espacio para el análisis, para la reflexión, intentar llegar a la muñeca rusa más pequeña, a la esencia de la persona, si es que quiere que lleguemos a ella, respetando en todo momento su decisión. En cualquier ámbito de la vida me parece un ejercicio saludable, pero desde el trabajo social lo considero fundamental.

     Y para empezar por algún sitio, voy a compartir algunos EJEMPLOS de frases que se oyen en nuestro sector de vez en cuando y que reflejan actitudes poco favorables, pues juzgan de manera demasiado dura a las personas que atendemos o generan una expectativa que va a obstaculizar la relación de ayuda:

  • Si realmente tuviera necesidad, traería los papeles más rápido.
  • Es un crónico, no hay nada que hacer.
  • No cumple, nunca ha cumplido, esta vez tampoco cumplirá.
  • La organización económica es pésima ¡se gasta el poco dinero que tiene en... tabaco!
  • Hemos hecho todo lo posible y sigue sin reaccionar, no nos hace caso, ya no es nuestro problema.
  • A ver si se cambia de zona, que será la única forma de cerrar su expediente.
  • Se queda sin ayuda por su  mala cabeza ¡que lo hubiera pensado antes!
  • En cuanto ha entrado por el despacho lo he tenido claro: un pedigüeño.
  • Ufff inmigrante, ya verás qué marrón.
  • Si quieren ayudas que se alquilen una casa más pequeña, que los niños no vayan de campamento, que no tengan internet en casa, que se aprieten el cinturón...
   
     Y así podría seguir un rato, que cuando nos ponemos a juzgar y a cuestionar, nos dan las uvas. Cuando escribo esto no lo hago como crítica a otros profesionales, pretendo hacer autocrítica pues en algún momento yo también he dicho o pensado cosas de este tipo. ¿Se os ocurren más comentarios que hacemos de forma habitual y que deberíamos evitar? Quizá no sean tan evidentes, el reto consiste en detectar actitudes que de forma sutil están generando obstáculos en la intervención, poniendo etiquetas a las personas que será difícil quitar con el paso del tiempo.

     En definitiva ¿por qué nos empeñamos en juzgar sin haber opositado para juez?

viernes, 23 de diciembre de 2016

Las MATRIOSKAS y la relación de ayuda

Algunas de mis matrioskas de "manifa".
     
     Las matrioskas son esas muñecas rusas tan simpáticas y coloridas que se se abren por la mitad y se meten unas dentro de las otras. Cada juego de muñecas consta de un mínimo de cinco unidades, con la premisa de que han de ser número impar. Siempre me han llamando la atención, aunque el primer juego que tuve de este tipo eran en realidad pingüinos y venían dentro de un archiconocido huevo de chocolate, eran la sorpresa.

     Porque si viéramos estas muñecas por primera vez y por casualidad abriésemos la matrioska, esa sería nuestra primera reacción: sorpresa. Lo de fuera es una máscara, una mera apariencia, un disfraz, la verdad está en el interior, pero para llegar a ella es necesario seguir investigando hasta el final, hasta llegar a la pequeñita, a la auténtica esencia, tan bien protegida por las demás.

     Las personas también somos matrioskas ¿nunca lo habéis pensado? En realidad mostramos un disfraz, nuestro yo social, nuestra parte pública, las relaciones sociales son finalmente un baile de máscaras. ¡Y bien está que así sea! El mecanismo de la apariencia tiene como finalidad protegernos, pues la verdadera esencia la compartimos únicamente con quien nos da la confianza suficiente para hacerlo, con nuestro círculo próximo, con esas personas (familia, amistades, confidentes) que se han ganado disfrutar de nuestra intimidad. Y estamos dispuestos a luchar para que esa parte íntima y personal siga bajo nuestro control. Además tenemos diferentes capas, disfraces y máscaras que van siendo más livianas según aumenta la confianza y el grado de seguridad, igual que las matrioskas.

     Soy trabajador social, trabajo en un Centro de Servicios Sociales Básicos. A veces exigimos a nuestros usuarios que sea la muñequita más pequeña la que hable, cuando lo habitual es que sea la grande la que se siente frente a nosotros y con el tiempo, poco a poco, quizá, vayan apareciendo las otras, una a una. ¿Acaso yo, profesional, actuaría de otro modo si invirtiésemos los roles? ¿Acaso tú, que  me lees, actuarías de forma distinta? Bien, no exijamos aquello que no estamos dispuestos a dar. Formulado de otro modo estamos ante el refrán de la viga y la paja, una forma hipócrita y egoísta de aplicar la ley del embudo, que además es muy poco profesional.

     Tengo que reconocer que en mis inicios como trabajador social no hace tantos años era más exigente, me costaba más comprender por qué algunas personas no contaban desde el principio cosas relevantes para la relación establecida, siempre dentro del marco profesional. Si mi intención era ayudarles ¿por qué no me decían todo desde el principio, facilitando mi tarea? Hace mucho tiempo que sé que las cosas no son tan sencillas, que entre el blanco y el negro hay una interesante gama de grises, y que cuando ponemos color las combinaciones son infinitas. Yo prefiero el color.

     La relación, el vínculo, no se establece en un primer contacto. Hace falta tiempo, es necesario trabajar esa confianza que facilite las cosas. El counselling me ha ayudado mucho a mejorar mis habilidades y en buena medida a cambiar mis actitudes para conseguir este objetivo, al mismo tiempo que me ayuda a no quemarme. También el trato cercano, cuidar los detalles, levantarme de la silla y salir de detrás de mi mesa cada vez que alguien viene a mi despacho, ir a la puerta a recibirles y acompañarles cuando se van, lo mismo cuando les visito en su casa, ese espacio tan íntimo, intentar que todo fluya de la mejor manera posible, procurando no ser invasivo, intentando no juzgar con mirada represora. Sonreír, con los labios y con la mirada.

     En cualquier caso y esto es fundamental, todas las personas tienen derecho a compartir y a omitir cualquier aspecto de su vida, siempre procuro no perder de vista esta cuestión. Si hay algo que no me cuentan puede que no haya llegado el momento de hacerlo, puede que aún falte mejorar el vínculo para que lo compartan conmigo o simplemente es posible que no sea necesario para la intervención. Y si me entero de algo relevante por otras fuentes ¿realmente tengo derecho a utilizarlo? Considero muy importante reflexionar sobre esta cuestión, pues como trabajador social me niego a hacer funciones de policía o control social, como relaté recientemente en esta entrada.

     A veces me sorprendo cuando una persona, casi desde el principio, me cuenta su vida a calzón quitado, sin reservas, mostrando casi totalmente su esencia, la muñeca rusa pequeñita. Ocurre a menudo, en realidad, y entonces pienso que algo debo estar haciendo bien. Pero no hay que quedarse ahí, porque a partir de ese momento tengo una importante responsabilidad, la de utilizar esa información con absoluto respeto, sin juzgar, sin malinterpretar, procurando hacer una intervención adecuada. En eso no puedo fallar.

     En próximas entradas me gustaría profundizar un poco en la forma en que juzgamos a los demás, con ejemplos desde el Trabajo Social. Quizá nos ayude a reflexionar entre todas y a evitar esa actitud, a no caer en el fácil error de simplificar y juzgar, olvidándonos de que todas las personas somos matrioskas, y que lo apasionante es profundizar para llegar a la verdadera esencia.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Rastrillo de los pobres

     Hace unos cinco años y medio que vivo de forma continuada en Salamanca, me gusta esta ciudad que siempre he considerado parte de mí. En Salamanca estudié, aquí he hecho buenas amistades y de estas tierras es mi familia, aunque se fueran lejos buscándose la vida para después regresar. En el pueblo no había muchas posibilidades y había que marcharse para salir de la pobreza, para buscar un futuro mejor. Y lo consiguieron, vaya si lo consiguieron. En aquel momento el País Vasco ofrecía alternativas que la vieja Castilla no tenía, y en Bilbao vine a nacer, por casualidad. Por casualidad y porque mis padres hicieron cositas, claro. Relaciones abiertas a la vida creo que se llaman, no sé, yo de esas cosas hago pocas, o ninguna.

     Me gusta pasear por las calles de Salamanca, me gusta ir al centro y hacerme pasar por un turista más, disfrutando de la belleza de sus edificios, sus monumentos, sus iglesias. Me gusta ver que la ciudad está viva, que sus calles siempre están llenas de gente, la Plaza Mayor, imponente, observada por cientos de ojos que disfrutan de un lugar que es patrimonio de la humanidad.

     Hace unos días, en uno de esos paseos despistados por el centro, mis ojos ven un cartel que estropea una fachada. Pasada la puerta principal de la Iglesia de la Purísima, veo en el edificio un horrible cartel que no pega nada con la piedra dorada típica de esta ciudad. Lo peor estaba por llegar, pues hasta ese momento no había leído qué ponía. Una vez que lo hice maldije a Doña Tomasa, esa profesora que en mi más tierna infancia me enseñó a leer, la maldije tres veces, tres. Casi me pongo a rezar para no haber aprendido nunca a leer, pobre Doña Tomasa, qué culpa tendrá ella, que era una santa.

     "Rastrillo de los pobres". Tuve que sacar el móvil y hacer una foto, la que ilustra esta entrada, porque no me lo podía creer, necesitaba pruebas, algo que enseñar, estaba convencido de que si sólo lo contaba muchos se reirían de mí. ¿Un rastrillo de los pobres en el año 2016? ¡Imposible, qué ocurrencia, qué atrevimiento! ¿Quién iba a dar credibilidad a mis palabras? Se ha vuelto loco -dirían- qué pena, si parecía un chico de lo más centrado y de lo más sensato. Bueno, puede que nadie hablase de mi sensatez, pero estoy imaginando, dejadme hacerlo a mi manera, jopetas.

     Da auténtico dolor ver cosas de este tipo, aunque se hagan con la mejor intención del mundo, aunque sea para mantener el "Comedor de los pobres" (si esto fuera el Whatsapp pondría muchos emoticonos de rabia) durante todo el año, tan necesario. Por cierto, si queréis ver cómo era el rastrillo, a cuya inauguración acudió la concejala de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Salamanca, lo cual puede dar una idea precisa de su idea del bienestar social, enlazo la noticia aquí. Las imágenes son fuertes y pueden producir malestar general y vómitos, luego no me vengáis con que no os advertí, a ello me obliga por ley el Ministerio de Sanidad.

     En esta época pre-navideña está todo el mundo muy sensibilizado y con necesidad de lavar un poco su conciencia, estamos con ganas de dejarnos llevar por el buenismo imperante y colaborar con las causas justas para conseguir un mundo mejor. Y eso está muy bien, ojo, no seré yo quien diga lo contrario, pero además de buena intención, se requiere JUSTICIA, DIGNIDAD y DERECHOS, con el reconocimiento del otro, de quien necesita ayuda, como UN IGUAL. Todo lo demás es beneficencia y me cabrea, por muy buena intención que haya detrás, porque conlleva una dosis de humillación que no acepto.

     Si algún día pierdo mi trabajo, si las deudas me ahogan porque las cosas me han ido mal, si en algún momento mi situación es tan crítica que me veo en la calle desahuciado, si me veo paseando por Salamanca no como turista sino con ropa mil veces usada por otros y con un cartón como colchón, si vuelvo a esa pobreza de la que mis padres huyeron hace años para lograr que yo nunca tuviera que pasar hambre, si algún día soy pobre, espero no tener que pasar por la humillación de ir a un comedor de pobres, financiado con un rastrillo de los pobres y atendido por gente con muy buena intención que posiblemente me hagan sentir peor. Quién sabe, si algún día soy pobre y tengo que ir allí, es posible que acepte la situación con resignación, quizá con rabia, quizá con resiliencia o con satisfacción, quizá con entereza, quizá con la cabeza baja y diciendo gracias. Quizá. Quién sabe. Si un día soy pobre.